martes, 14 de junio de 2011

El videojuego y el espacio virtual

David Sudnow, músico y sociólogo, uno de los primeros y más brillantes estudiantes de Garfinkel en UCLA. Autor de un libro muy interesante titulado "Pilgrim in the microworld" (peregrino en el mircomundo) públicado a principio de los 80. Destaca por su magnífica extravagancia y narra unas surrealistas aventuras que le ocurren durante un viaje al corazón de Breakout, uno de los primeros y más exitosos videojuegos de Atari; una variante del primitivo Ping-Pong videográfico y en la que el oponente del tenista es un muro grueso de ladrillos que hay que ir derribando uno por uno con la pelota de píxeles.

Aqui cito varios fragmentos traducidos en los que se muestra un tensión , incluso obsesión por el juego. Una incapacidad de volver a la realidad despues de sumergirse en el mundo de los videojuegos que muestra cuanta importacia tiene para el ser humano abstraerse de su realidad.


Podías escuchar las expolsiones amortiguar en el techo, y pasar las escaleras era como estar entre un concierto de rock y un batallón.


Ahora un "ambiente" inverso, nuestro conjunto de aparatos electrónicos del cerebro se presenta al máximo y solo deja a la imaginación.


Todavía estaba en su primer trimestre en un juego llamado Missile Command, y cuando puse mi mano en su hombro fue como tocar una estatua. "Vamos, Pablo. Nos Vamos ". Wang, Wang, Wang, Wang .... bang. "Pablo, he dicho que vamos". "Tengo seis ciudades memoria ", le espetó entre descarga como su puntuación habia alcanzado los 120.000. "Bueno, vas a tener que olvidarlo, porque quiero salir de aquí ". No creo que él me oyera, así que me quedé fuera y lo vi jugar, o lo que quiera que sea que estaba haciendo.

Última bola de las cinco. Me quedan sólo tres ladrillos en la pantalla. Es lo más lejos que he llegado nunca. Me tomo un minutito para componerme en la silla y sirvo. La bola flota entre los márgenes de la pantalla, por entre el espacio vacio del territorio desierto de los alrededores, durante unos veinte segundos . Bola de nadie. Siento la intención seductora de este larggo interludio globular, calama antes de la tormenta, una acción tan pasiva que me hace elaborar conscientemente un ritmo de preparados, listos , ya, para el golpe. ¡ahí! Le doy al ladrillo de más arriba, rebota hacia abajo como un latigazo y ahí llego, a tiempo para devolverl. olvidate de colocarte. Simplemente estate ahí, no falles, lleva bien el tiempo, y otea como un halcón para tener una disposición más rítmica. Suena el teléfono. Devolución, rebote, devolución, rebote. Otro más mque me cargo. El que me llamaba ha colgado, unos dos seundos más tarde le doy al tercer ladrillo. Por Dios. Nada ni nadie podría haberme importado más en ese momento. Y no quiero ni imaginarme lo que hubiera sido capaz de acer si alguien hubiese pasado entre la tele y yo durante uno de los minutos más duros y tensos que he vivido en toda mi vida.

Tomé la salida de autopista que me dijeron, nada más pasar la Moffet Naval Air Station, en direcció a ATARI,Inc., y conduje un buen trecho a la vera de dos gigantescas antenas de radar blancas y relucientes, dispuestas como si realmente se usasen para algo. ¿qué tendrán estas cosas que siempre nos parece como si hubiesen dejado de funcionar hace tiempo? Supongo que es el miedo. Y la quietud. Siga por Mathilda Avenue, leo en las intrucciones, de modo que hago la rotonda, con esas monstruosas retinas blancas aun a la vista, y me topo con una enorme fabrica de misiles Lockheed. Estoy mirando hacia mi derecha, en busca de la calle donde está Atari, y veo cruzar por el cielo sobre mi cabeza esos aviones con forma rara, uno cada treinta segundos, iniciando el aterrizaje desde la esquina superior derecha de mi parabisas. Aquí es donde fabrican el videojuego Missile Command, no hay duda. ¿Pero bueno, dónde está esa calle? Oh, ahí esta Atari. ya veo el logotipo. La clase de edificio que me imaginaba, solo que más pequeño, la típica arquitectura de uno de esos flamantes parques industriales de suburbio californiano, un bloque como los que pueden verse po todo el Valle de Santa Clara, el Vallle del Sicilio, cuatenta millas al sur de San Francisco. Ahí estaba yo, en el espléndido y soloeado Valle del sol. Villachip, U.S.A. Y ahí estaba Atari, y ahí estaban también esos cacharros experimentales de Lockheed o de quien sea, sobrevolando nuestras cabezas. Bang, bang, bang, me cargo ters de un tacada, una buena puntuación desde la ventana del coche Lockheed parece ser un banco de preubas perfecto para la imaginación de Atari ¿o es al revés?

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